jueves, 20 de junio de 2013

segundo parcial escrito


La verdad tengo ganas de escribir como escriben los pianistas sobre las teclas, en un instante un acorde, un conjunto de notas de sentido avasallador en la medida del tiempo, una ola de marfil y peces negros que se sacude en el instante cargado de palabras, muchas de ellas, el paragrama desordenado de viejas fotos que se agarran todas o se agarra ninguna, que el único objeto real no tiene valor y está escondido en el manojo y es racimo pero no uva y de bronca blanca uno puede ahorcar el cuello con pústulas hasta que se escuche el crac de las ramitas, cuantas sean da igual porque no las veo.


La soledad arrebatadora de una maceta con una paloma que la cree nido y se resguarda engañada de los muros de lluvia ocre que pueden pintarte los nudillos de otro color, única y solamente de noche cuando más que bronca hay la soledad. El pelo húmedo, la mesa y las cacerolas heredadas, nada de eso limpio. Pienso en dónde estás ahora aunque sé que quedaste quieto, y que el tiempo no arranca de nuevo hasta que yo esté otra vez ahí. Sentimos, de a puñados, el desprecio del vigilante y caminamos anacrónicamente por la calle acaracolada. Me encuentro en el interior exterior de una plaza con paredes altas y un techo que podría ser el cielo pero un vidrio y esas fuentes que uno pone en el living de su casa pero rodeada de faros y bocinas y grandes carcasas recién fregadas. La terrible soledad de pintar las veredas con la suela sucia del zapato, los taxis y las mujeres locales hermosas de bronce y láminas de oro, tan extranjeras. Son reales en los vidrios de los locales de ropa donde nosotros podemos marcar la mano transpirada sobre sus pechos de vidrio y escapar riendo pero no correr. Y escondernos (escocernos) en el calor y el alcohol, los hielos y las migajas y las piernas ausentes junto a las sábanas gruesas y las medias usadas. Trajimos los pedazos de una mujer, uno cada uno, trajimos un cuadro de Bacon deshecho. Qué contorno dibuja su brazo y qué encienden sus botones. Que apague la luz, alguno de ustedes. No podemos ponerla ahí. Una mujer es una lámpara.

terrible la noche de las manos
y los pies y las manos y las bocas
y la espalda lastimada con los escalones
de la escalera tan empinada
y las batas blancas de toalla
tan manchadas por las espaldas
de las flores de los cuadros
que son pies y manos y bocas
que son pétalos de vaginas
y labios de las flores.

despertamos
(todos, sin ella)
un año después

percibimos los días tachados 
en el calendario de estos años
como una continuidad de celuloide
que se yergue detrás de las rígidas
interrupciones del tiempo uniforme
porque el tiempo es tachaduras
el tiempo es lo que se ve detrás del continuo
(vemos tres días
en tres años
y son tres años)

despertamos cantando en otros idiomas
que aprendimos durante la noche
nos fregamos los ojos y caen las migas
y ponemos a sonar discos en el horno
     y pan en el tocadiscos
          las nocturnas de Tchaikovsky
los barridos de metralla solar
          los cañones de Pachelbel
las parábolas de los mediodías
          los preludios de Chopin
las muchas muertes vespertinas
   las nocturnas de Pachelbel
los fuegos del amanecer rojo
   los cañones de Chopin
el sol que seca las pasturas
   los preludios de Tchaikovsky
la caída de sus temperaturas
las nocturnas de Chopin
el amanecer de los corazones
los cañones de Tchaikovsky
el alza de los paños amarillos
los preludios de Pachelbel
el sepulcro de los astros vivos
estamos cansados
de no haber dormido en tres años
pero todavía
volcamos todas las furias de tinta
en una servilleta de paquete
con la que nos limpiamos la carne de la boca
vertimos todas las moiras
en solemnes vasos de whisky importado
en el inodoro del baño chico
en la garganta que iniciará el deshielo
de los fracasos de otras noches
porque renacer es perfume y camisas limpias
es barrer las migas del sueño de los ojos
levantarse el cuello vengativo
poner cara de que el mundo es chico
y guiñar un ojo:
“no olvidemos que el día
empieza de noche”